miércoles, 7 de diciembre de 2011

Recuerdo esa vez que cociné un lomo de cerdo en Navidad. Me esmeré tanto en aderezarlo, que no me di cuenta que le hice agujeros con el cuchillo al recipiente metálico del lomo. Después de unas horas volví y lo descubrí seco, con el aderezo regado sobre la mesa y el piso. Había perdido todo el líquido, pero aún así decidí seguir adelante, cocinarlo. Al sacarlo del horno, el aroma inhundó toda la casa, llegaba hasta las calles de adoquín. Todos lo disfrutaron, se acabó completamente y todos elogiaron su sabor. Ese recuerdo me hace pensar que -El sabor no es lo que perdemos, el sabor es lo que somos, y pase lo que pase, siempre vamos a tener la receta dentro de nosotros mismos para volver a ser-.

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